Rodolfo Alonso - "Arte e Cultura: Poesia, Romanzo, Scrittura, Musica e Teatro"

Vai ai contenuti

Rodolfo Alonso

RODOLFO ALONSO


Para vivir aquí

yo hablo del amor
una cosa posible
de tu amor de mi amor
en la calle
en el viento
en el mundo
dentro de la palabra
---------------------------------------------
De “Entre dientes”

Per vivere qui

io parlo dell'amore
una cosa possibile
del tuo amore del mio amore
per strada
nel vento
nel mondo
dentro la parola
---------------------------------------------------------
Olor a lluvia
 
El aire trae de pronto recuerdos del olvido
con sabor a horizonte, hierba húmeda y ausencia.
Color difuso y neto, casi como sin dueño,
máscara o habitante, límpidamente orgánico,
cargadamente etéreo. Espíritus, espíritu;
huellas de una memoria que gira en su vacío
repleto: fuegos, cuerpos, dioses, rastros, palabras.

de “Sol o sombra”, 1981
-------------------------------------------------------
Odore di pioggia

L'aria porta d’improvvisi ricordi dall'oblio
dal sapore d'orizzonte, erba umida e assenza.
Colore diffuso e netto, quasi come senza padrone,
maschera o abitante, limpidamente organico,
possentemente etereo. Spiriti, spirito;
orme di una memoria che gira nel suo vuoto
pieno: fuochi, corpi, dèi, tracce, parole.
----------------------------

Lejana Buenos Aires

todos
esperan algo
de la ciudad
todos
esperamos
un viento
un roce
una palabra
una cama de amor
un pan brillante
ah
la ciudad
que nunca
alcanzamos
la ciudad
que nos suelta
y nos deja
solos
entre todos
temblando
esperando algo

---------------------------------

Lontana Buenos Aires

tutti
aspettano qualcosa
della città
tutti
aspettiamo
un vento
uno sfioramento
una parola
un letto d’amore
un pane brillante
ah
la città
che mai
raggiungeremo
la città
che ci libera
e ci lascia
soli
in mezzo a tutti
tremando
aspettando qualcosa
------------------------------------
Muertos del siglo XX

Sembrados
sobre el rostro impasible del planeta
Devueltos
a su seno sagrado
al barro fundador del polvo cósmico
Acaso
sólo en nuestra memoria siguen vivos
con su mueca de gozo o de terror
de indiferencia o asco
Esa segunda muerte les llevamos
Entonces
ya no serán fantasmas
para nadie

De “El arte de callar” 1995 - 2003
-----------------------------------------------------

Morti del XX secolo

Seminati
sul viso impassibile del pianeta
Restituiti
al suo seno sacro
al fango creatore della polvere cosmica
Forse
solo nella nostra memoria continuano a vivere
con la loro smorfia di godimento o di terrore
di indifferenza o schifo
Questa seconda morte portiamo loro
Allora
già non saranno più fantasmi
per nessuno

da “L’arte di tacere” 1995 - 2003
traduzione in italiano di CARLOS SANCHEZ


Introducción a Poesía Buenos Aires, antología íntima, 1950-1960

¿Para qué sirve hoy la poesía?
 
por Rodolfo Alonso
 
Si la poesía tiene todavía algún sentido, en estos tiempos de miseria, es cuando continúa encarnando, a pesar de todo, aquello a lo que Wallace Stevens aludió tan cabalmente en sus Adagia: “la dicha del lenguaje”. La sociedad de consumo, la sociedad del espectáculo, nos han embebido en su atmósfera estridente y demagógicamente chata, falsa en el doble sentido de imitadora y deshonesta, que se ha convertido en el aire que respiramos, en una seudo-cultura populista y no popular producida seductoramente por los grandes medios masivos de incomunicación. Con sus efectos deletéreos sobre la espontaneidad creadora de la gente, inclusive del lenguaje, especialmente del lenguaje.
La cuestión es que si decae el lenguaje humano, decae la condición humana. Porque no usamos el lenguaje, insisto, somos lenguaje. Y cuanto menos lenguaje somos, somos menos humanos, menos hombre. Hemos vivido acaso sin percibirlo una mutación, y ahora estamos inmersos no sólo en una civilización cuyo centro ya no es el lenguaje sino que incluso ataca las fuentes del lenguaje. La crisis actual de la poesía no es entonces quizá tan sólo la de un mero género literario sino que, algo muchísimo peor, es la manifestación máxima de una carencia muy profunda en cuanto a la espontánea capacidad creadora de lenguaje por parte de los hombres.
Cada vez que hubo una gran poesía, por alquitarada y elitista que pareciera, siempre estuvo secretamente ligada, aunque fuera por oscuros meandros, con una lengua viva realmente hablada por un pueblo, por una comunidad. Ante la amenazante posibilidad de extinción de la gran literatura ¿cada uno de nosotros debería, como ya lo anticipó Ray Bradbury en su Fahrenheit 451, esconderse para preservar vivo, aprendido de memoria, el texto de un gran libro? ¿O será suficiente seguir escribiendo el poema?
Porque “la palabra no sería deliciosa si no significase una calidad”, ¿no es cierto, Gabriel Miró? Y el hombre que labra amorosamente el lenguaje que es a la vez suyo y general, íntimamente propio y al mismo tiempo de la especie, el solitario que cumple después de todo la más significativa y necesaria función social, pudo ser nítidamente percibido por Michel Butor, ya a comienzos de la década de los sesenta: “El poeta es aquel que tiene conciencia de que la lengua, y con ella todas las cosas humanas, está en peligro.”
Me parece sin duda evidente que la comprensible y valerosa reacción mundial de los ecologistas (a la cual hemos visto sumarse hace poco tantos partidarios de la paz) ha logrado, hoy, llamar la atención sobre las consecuencias deletéreas que la adicción suicida por el poder global y la riqueza obscena ha tenido sobre la calidad de la vida humana y de la vida sin más en nuestro planeta, poniendo el acento sobre los daños geográficos, ambientales, concretos y visibles. Pero me temo que todavía no se ha percibido la enormidad del daño psíquico, cultural, estético y esencialmente humano que hemos sufrido para adaptarnos a esta maquinaria que ha enloquecido, cuyo único y delirante objetivo es hacer más dinero del dinero, hasta el infinito. Y que, en consecuencia, sería necesaria también una lucha ecológica a favor de la condición humana, de la calidad humana de la vida humana. Sin abandonar en absoluto lo otro, por supuesto. Hay un agujero de ozono pero también un abismo (si es que no un cáncer) en el espíritu.
Como casi todas las cosas del planeta, la poesía ha sido hoy completamente desacralizada. Y si tal pudo ser acaso el objetivo de las vanguardias de comienzos del siglo XX, seguramente no lo fue en el sentido actual. No creo por ejemplo que la fuente-mingitorio de Duchamp tenga la misma longitud de onda y la misma orientación de sentido que tantas “instalaciones” en frío y tanto supuesto “arte conceptual” hoy extrañamente asumido como neo-academicismo, casi siempre de carácter oficial y con patrocinadores multinacionales que nada tienen que ver, ciertamente, por ejemplo con gente como Lorenzo de Medicis. Después de todo, ya en el siglo XVI, Francis Bacon podía decir que “La verdad surge más fácilmente del error que de la confusión”. Y sobre todo del error que es errar, errante. En lo profundo, en lo visceral, cuando nos quedamos a solas y se acallan los ruidos y se apagan las luminarias, Rimbaud sigue en cuestión, y cuestionándonos.
Y para concluir, al menos por ahora, enfrentemos nuevamente aquella misma consabida pregunta, de una inocencia demoledora, que alguna vez me planteó en público un colega venezolano: “En la época que vivimos, ¿qué misión le asigna usted al poeta?”. ¿Cómo evitarse decir que quisiéramos que el poeta fuera capaz con su trabajo a la vez de realizarse como persona y de ayudar a todos sus hermanos, de enunciar la palabra necesaria, imprescindible y única, la palabra a la vez tan íntima y secreta, húmeda todavía del silencio de los orígenes, emergiendo en una orilla virgen del universo, y a la vez general, compartida, fraterna, solidaria, no tan sólo ofrecida sino también aceptada por los otros, que entonces la harían suya y le darían destino, aunque ese destino fuera el no poco glorioso de volverse saludablemente anónima, ya sin autor ni tiempo, encarnada en el fluir mismo de la vida y de lo humano? Ni traicionarse, pues, ni traicionar a los otros; y además, no traicionar la propia lengua, el propio idioma, el sonido que uno ha venido a traer al mundo. Y siendo uno ser la especie, tan bellamente bárbara e intuitiva como trágicamente condicionada por las culturas que se ha hecho o le han impuesto. Y ser la esperanza de un mañana mejor, la luz de la utopía sin la cual no merece la pena vivir. Y ser también, al mismo tiempo, la conciencia de nuestra irrisoria pero desmedida condición. Lo que somos, lo que podríamos ser, quizá lo que seremos. Pero bien sabemos que, por ahora, la única gloria honestamente deseable ya no es siquiera ni la de vivir en el corazón de los otros, de algún otro, sino más humilde y sabiamente el honor y el placer, la angustia y la ansiedad de haber escrito, de haber sido capaz del poema, que por nosotros circuló y ahora está vivo, fragante y tibio, latente carne de lenguaje, recién amanecido, temblorosamente inclinado, tendido, hacia los otros, hipócritas o no, semejantes, hermanos.



De pie: Jorge Souza. Sentados, de izq. a dcha.: Rodolfo Alonso, Néstor Bondoni, Francisco Urondo, Osmar Luis Bondoni, Edgar Bayley, Raúl Gustavo Aguirre,
en una de las reuniones de “Poesía Buenos Aires” hacia 1956 ca.


 De izq. a dcha.: Rodolfo Alonso,  Raúl Gustavo Aguirre y su esposa Marta, Ramiro de Casasbellas, Clara Fernández Moreno,  Alberto Polat y Juan Carlos Paz. 
 En Plaza San Martín, 1954.


 De izq. a dcha.: Ramiro de Casasbellas, Jorge Carrol, Raúl Gustavo Aguirre, Rodolfo Alonso y Nicolás Espiro.
 En Corrientes al 700, en la vereda de enfrente del “Palacio do Café”, hacia 1952 o 1953 ca.


 


 Con la estatua de Umberto Saba, ubicada en la bella parte peatonal de Trieste,
muy cerca de su Librería Antigua y Moderna, y que fue tomada en 2009.



In Tilcara (Argentina)

RODOLFO ALONSO PRESENTA SU NUEVO LIBRO, POEMAS PENDIENTES
“La poesía simplemente me ocurre”
Por Silvina Friera

Una voz nítida e inconfundible. Una voz compañera que avanza con hambre de frescura y curiosidad. La cabeza de Rodolfo Alonso –como su voz– no se queda quieta ni un momento. No descansa. Nunca deja de pensar, siempre tiene algo que decir, “siempre una última palabra”. Lo admite este poeta “fabricante de encantos” en su libro Poemas pendientes (Alción), que se presenta hoy a las 19 en la Biblioteca Nacional (Agüero 2502), con el “trío dinámico” de Noé Jitrik, Jorge Monteleone y Pedro Aznar. Los poemas de Alonso producen escalofríos en los huesos. Sus versos luminosos y elípticos hacen vibrar el instante. Y tanto pasado, tanta palabra, tanto escombro. “Un día, mirando sin haberlo visto el hueco entre el pulgar y el índice de mi mano derecha, yo me visto latir”, se lee en “Consecuencias”. “Es decir, me he sorprendido vivo, he visto la vida haciendo su trabajo, a mi cuerpo haciendo su trabajo, por su cuenta, sin que yo tuviera nada que ver en todo eso.” Hay zarpazos epifánicos–“Como luz en la luz/ suena el invierno, al sol”–; hay historia quebrada –“Ni aquellos sueños que nos soñaban/ hoy se dejan soñar”–; hay muertos que arden en la memoria, como Azucena Villaflor y Haroldo Conti.
Los poemas están agrupados en dos secciones. En “Aparecidos” se anima por primera vez a reunir los textos escritos entre 1957 y 1993, pero que por una u otra razón no le parecieron del todo publicables, aunque, al mismo tiempo, tampoco se dejaban eliminar, se resistían al silencio. “Algo en ellos se mantenía vivo y, a la vez, acaso no fraguaba del todo”, dice el poeta. La segunda sección, “Apariciones”, recoge poemas escritos después de su último libro editado, El arte de callar (2003), hasta el año pasado.
–El gran poeta brasileño Lêdo Ivo señala en el prólogo que “hay una especie de despojamiento” en su poesía, “un lirismo de palabras desnudas”. ¿Cómo llegó a ese despojamiento?
–Nunca me “propuse” escribir un poema. La poesía simplemente me ocurre. Y me ocurrió siendo todavía casi un niño, alrededor de los catorce años. Recuerdo que era un día de lluvia –la lluvia siempre fue trascendente para mí– y hasta recuerdo incluso cuáles eran esas primeras líneas, tan sólo tres ya, ya breves y que decían, más o menos, así: “Largos cuchillos de acero / rasgan un paño ceniza. / Lejos, el horizonte agoniza.” La propensión a concentrar las palabras, la intuición de que eso incrementa su capacidad de irradiar, al parecer no eran fruto de ningún proyecto previo sino, por el contrario, algo ya congénito en mí. Dentro de mi trabajo eso puede comprobarse desde mi primer libro: Salud o nada (1954), avanzando hasta alcanzar su culminación probablemente con Entre dientes (1963). Pero también después, manteniendo su presencia, en forma intermitente pero sostenida, hasta hoy mismo.
–¿A qué atribuye que los poemas de la primera parte hayan quedado “como suspendidos en el tiempo y en el espacio”? ¿Por qué no los publicó hasta ahora, por qué antes no podía “escucharlos y escucharte” y ahora sí?
–La única respuesta son algunas de las breves palabras de introducción: “Hay verdades de poemas, y hasta hay poemas de verdad, para los cuales tenemos que madurar, hasta que seamos capaces de que ellos maduren a su vez en nosotros. Son inseguros, y también persistentes, como nosotros mismos”. ¿Por qué ahora sí? La poesía me ocurre, insisto. Me encuentra. No responde a plan, proyecto o pretensión. Por eso ambas secciones están cobijadas bajo el título Poemas pendientes. Que en la misma ineludible ambigüedad, en la rica polisemia de toda palabra humana, logra hacer resonar en mi ánimo tanto aquel lúcido aserto de Paul Valéry de que un poema se abandona, no se concluye, como la idea de cuentas que saldar.
–Pensando en el poema “Aparte”, sobre todo en los versos “cuánto para aprender (si hubiera tiempo)”, ¿a qué alude ese aprender? ¿Tiene que ver con el despojamiento, las formas, la voz?
–A mí también me gustaría saberlo. Y quizá por eso escribo. Porque no tengo una respuesta. Lo que dice el poema no es siempre lo que originó el poema. Lo que dice el poema no es solo lo que dice el poema.
–En un poema corrige una elección del poeta que fue; cambia “heces de la literatura” por “mierda de la literatura” en “Al pie de la letra”. ¿El poeta que fue tenía pudor de la palabra “mierda”?
–Algo de eso hubo. Y me causó mucha gracia sospechar que quizás había algo más –incluso de humor negro– en la mera enumeración de una aparente fe de erratas. También el pudor es histórico, me temo. Es decir, tiene sus épocas. Como todo.
–¿A quién interpela en “Ocúpense de Arlt”?
–Creo que a todo el mundo. A cualquiera que haya vivido o viva en esta ciudad. Me avergonzaría imaginarme escribiendo sólo para colegas, exclusivamente para supuestos “profesionales”. El lenguaje nunca tiene un único destinatario. Tiene todos los que decidan serlo. Y tampoco tiene un único emisor. El lenguaje tira de uno, como bien dijo el buen Pedro Salinas. Uno escribe y también es escrito, al mismo tiempo.
–Hay varios poemas que celebran la amistad como “A un resplandor”. ¿Qué recuerda de Francisco Madariaga?
–Apenas unos años mayor, nos mantuvimos siempre juntos desde mi adolescencia, en aquellos años fecundos y veloces de las vanguardias del ’50. Como bien dijo, al dedicarme un libro: “Aquel que un día fuimos los delfines”. El fue el más joven de los surrealistas y yo lo fui de Poesía Buenos Aires. Aunque de Coco Madariaga llevo recuerdos imborrables, que me alumbran por dentro, no creo que ninguno de nosotros se sintiera profesor de nada. Y sí en cambio “pulpero anárquico y arcaico, a la vez”, como se me definió en otra entrañable dedicatoria.
–A propósito de “Si, pero”, ¿qué hace Alonso con una cabeza que nunca deja de pensar? ¿Es una ventaja al escribir o se vuelve en contra?
– A mí me gustaría saberlo. Y me temo que no consigo ni creo que se pueda tomar las palabras sólo literalmente. Así hable de corazón, o de cabeza. De mente o sentimiento.
–¿“Auschwitz, aún” se podría leer como una alternativa al planteo de Adorno? Si no se puede escribir poesía, se puede aullar, como lo hace usted en ese poema.
–La ineludible entidad de los campos de concentración nazis, la aterradora evidencia del Mal, fue para mi infancia una herida indeleble e incesante. Estimo que sea seguro que, al menos a ese grado, es verdad imbatible lo que sentenció cabalmente Theodor W. Adorno en la posguerra: “Después de Auschwitz, es cosa bárbara intentar la poesía”. Y también es verdad que fue un sobreviviente, Paul Celan, quien pudo escribir años después un poema tan tocante y estremecedor como su “Fuga en muerte”. Pero es verdad, asimismo, que acabó suicidándose. ¿Aullar no sería, entonces, lo de menos? El silencio no prevalecerá.
–Parafraseando un verso de “Dones para donar”, “la lluvia es nuestro templo”, ¿se podría decir que el instante es el templo de Alonso?
–Desde siempre le huyo, le temo, desconfío de las grandes palabras. Como dijo Heráclito, la retórica es el “arte de conducir a la matanza”. Creo que fue Octavio Paz quien supo aludir al poema como “consagración del instante”. Algo de eso ha de haber, pero no sólo eso. Esta sociedad de consumo que desde hace tanto nos consume, esta sociedad del espectáculo, del show, este apabullante alud de banalidad globalizada que quisiera acabar convirtiéndolo todo en mercancía, comenzó hace ya siglos. Y acaso con algunas pocas palabras: “Time is gold, el tiempo es oro”. Pero los seres humanos no usamos el tiempo, somos tiempo. El tiempo es nuestra materia. Estamos hechos de tiempo, y por lo tanto de memoria. Memoria individual y memoria colectiva. Memoria del detalle, de los pormenores y de la especie, general, atávica. Entonces, como dijo Charles Baudelaire, la poesía –a mi modesto entender experiencia de vida y de lenguaje– se hace “negación de la iniquidad”. Nada más. Pero tampoco nada menos.
© 2000-2010 www.pagina12.com.ar  |  República Argentina  |  Todos los Derechos Reservados




Torna ai contenuti