José FERNÁNDEZ-ARROYO
1
No basta abrir una ventana
para saber donde comienza el aire,
por ejemplo, o por donde
viene sobre nosotros construyéndose
la propia desazón del solivianto y el desasosiego.
Apenas muestra la ventana una apariencia de la realidad
y la fingida libertad que ofrece
sólo libera la confusión de tantas direcciones
que empiezan y concluyen en nuestro propio corazón
que, sin embargo,
en sí mismo se pierde y se extravía
en los espacios mínimos de su exquisita pequenez.
¡Ni la ventana abierta consigue dar salida a tanta incertidumbre!
No viene el mensajero cargado de palabras de esperanza.
El horizonte es solamente el principio de otras lejanías
y la ventana
es tan sólo la entrada
en nuestro corazón
del estupor y de la duda.
Del tránsito a la noche
¡AH, SI, ME GUSTA SU GRAN SOMBRA,
su terror aborigen, su latido de corazón profundo,
de seno maternal del universo!
¡Sí, la amo! Esa madre o madrastra,
manto negro que medio mundo acoge,
de la luz enemiga y compañera.
Noche.
Noche de las primeras revelaciones.
Noche-muerte, noche-vida, noche como un galope
de negros potros, como estampida de murciélagos,
como un puñal que rasga el corazón con entusiasmo,
noche como un dolor querido y estrechado con devoción,
noche como una posesión total del ser amado.
Muerte...
¡Muerte como una noche tejida a la medida del deseo,
como un libro cuya página sola, tremenda o infinita,
contiene en su vacío la razón de la vida, su sentido;
muerte-noche del día, que muere y resucita y cumple
su misión inefable, muerte cabal y redentora,
como un alivio, una revelación, como esa carta
largo tiempo esperada, una resurrección, un cántico,
una ascensión profunda a la cima de todos los abismos,
muerte-noche-día, oscuridad y luz
y fin del largo tránsito,
que esperándome estás a la salida!
Saludo y adiós a Pablo Neruda
Fuiste esa voz, Neruda,
que de pronto estremece como un grito o un cántico,
voz que, nunca escuchada, te despierta, te agita
y como tuya entiendes y acompasa tu paso.
Pronto fuiste mi guía,
mi farero y mi faro,
pero hados adversos trocaron mis caminos
y no alcancé los muelles de tu puerto oceánico.
Como albatros perdido entre mil horizontes diferentes
todo en mi fueron ciegos y torpes aletazos.
Cien años ha, Neruda, que naciste
y que te fuiste hace sólo treinta y un años,
y aún nos queda el eco de tus cantos telúricos
que despertaron tantos corazones humanos,
que tantos duros muros de atávica injusticia
han venido, a tu empuje, minando y socavando.
Y ahora que el tiempo aventa todo a la lejanía
y nos arrastra al frío rincón de lo olvidado,
aún estás con nosotros y en nuestros corazones,
en un cálido hueco para ti reservado
Y ahora me llega el hondo eco de tus poemas
que fueron para mí como un breviario
y, con otro sentido y con otro destino
siento en mi corazón tu verso resonando
en esta hora decrépita en que nada se espera
-"La dura y fría hora" que sin temor aguardo-
de aquel poema tuyo hondo y desesperado:
"Abandonado como los muelles en el alba
es la hora de partir, oh abandonado"