Alicia VILLOLDO-BOTANA - "Arte e Cultura: Poesia, Romanzo, Scrittura, Musica e Teatro"

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Alicia VILLOLDO-BOTANA

Nació en Buenos Aires un 2 de abril de 1947 bajo el impetuoso y turbulento signo de Aries. La patria, beya eya, le regaló la asquerosa guerra de las Malvinas.
Es maestra, periodista, crítica literaria, licenciada en Ciencias Sociales por las universidades de Buenos Aires y Complutense de Madrid, y Relaciones Públicas.
Sobre  todo, se siente poeta desde muy pequeña.
Todos estos oficios los ejerce y ejercerá con libertad y simpatía.
Vivió veintiocho años en Ibiza y Madrid, desde diciembre de 1977 en que otra dictadura le hizo cruzar el charco.
Tiene un hijo, Santiago Marcelo, de 35 años. Es anarquista, genio informático y comparte vida con Irene, su compa chachi.
Tuvo una abuela indígena, mocoví, por lo que le encanta ser cabecita negra.
Cuentos, canapés & entremeses (Editorial C.I.E.N. 2002) es una recopilación de textos escritos desde su adolescencia hasta 1998, publicada en Baires durante el “corralito”.
Tiene bastante obra inédita  e insiste en seguir escribiendo. Se siente española, especialmente castellana, por su lengua mater. Es argentina, a su pesar, aunque reconoce que su joven país original ha gestado notables en las artes y ciencias, menos en política.
Por ahora, desde enero de 2005, navega las procelosas aguas del mar dulce Río de la Plata. Ya se vera para dónde rumbea.
Está enamorada de la arboleda y zaguanes porteños.

Sin titulo

Estabas habitado por el silencio
silencios que apaciguaban
los desbordes amorosos de mi madre
No teníamos por costumbre
abrazarnos ni besarnos
Recuerdo tu gesto bondadoso
tus palabras simples
tus gestos moderados.
Nada  me parecía complejo contigo.
Hablábamos poco
tu voz se me ha perdido en el recuerdo
y no estoy muy segura de reencontrarla
Que bueno, padre,
que en nuestra ciudad
no veas como van muriendo
los árboles que tanto amé.
Fuiste vos quien me enseñó
a soñar con palabras
para convertirlas en poema.
Certera relación entre, vos, padre,
y los árboles que nada aturden
guardando en sus rugosas líneas
las heridas de nuestra historia.
Buenos Aires, marzo 2011









POEMA DE ABRILES
Neptuno:
cuando me realizas
un sueño
no es lo que soñé despierto
el trabajo amoroso de los días
en un agosto de no tantas soledades
aunque solitarios crepúsculos
en el Parque del Retiro
apacible,
sin cambiar el banco
ni el verdor de sus follajes
dentro de mi el mar interior
de un otoño
amarillo
la cerveza cuanto más espesa
mejor.
la vida con pereza
la amistad como si
Creo en la
naturaleza rugiente
en bichos varios
en niños sin malicia
Hija del Sol
Hermana del Agua
Me nutro de ambos
Amor:
nuestro futuro
es el presente
será cuestión de años
o de salud mental
aprecio los días
aspiro sus segundos
llegarán las jornadas
frías
esperando la aurora de luz.
la muerte
cabalga
frente a mi
ventana
le solicito
que no precipite su abrazo
sobre mi juventud:
tuya seré una eternidad
me siento bien
no preciso prolongar
el verso
soy una poeta
sin pena ni perdón.
así espero
en profunda herida
por la mirada de otro,
con la ilusión de no ser vista
el temor de parecer a sus ojos
una vulgar cosa
que no interesa
el silencio de los dioses
inunda
la mañana
fuerte como la roca.
Le encenderé una vela
mientras vuela la hoja
en su caída.
el otoño aquieta mis manos
otra hoja
roza la página
del libro que leo
"la paz del atardecer"
se desvanece sin prisa
entre fulgores
rojos de un sol que se marcha
de paseo
de ninguna sevicia
prosperó buen amor
sagrado amor
Verano:
regresa pronto
tu luz
"de mis soledades vengo
a mis soledades voy..."
las palabras
están cansadas
de los hombres.
me quedo
en el mágico paraíso
del silencio.
No me abandones
II
Invité en Marruecos
a cenar a un hombre
no quiso mirarme a los ojos
pero comió en paz
en aquel mi pequeño patio
los naranjos susurraban
secretos
a los pájaros
enamorada de mis árboles
ignoro sus nombres
su compañía es dulce
no dirigen el mundo.
libre como la sombra
no puedo retenerte.
mi lujuria se resigna
a nutrirse del recuerdo.
III
Gozne de gaviotas
atardecer sobre el Bósforo
detrás el Mármara.
viajo acumulando
mares  océanos,
ríos  lagos
en mis pupilas
robo como Prometeo
el fuego divino
para los hombres
Se han desatado
fieros vientos
esperando lluvia
para apaciguarme
lanzo mensajes
como botellas al mar
de algún punto cardinal
llegan
murmullos entre los pétalos
que abandonan la flor.
Alicia Villoldo-Botana
Buenos Aires,  21-IX-2011
Día del Estudiante, previa de la Primavera
   
Caminaba ayer hoy mismo

Caminaba ayer hoy mismo
con la siria y la judía
La peruana y el bolita
Tierra pampa lluvia
Legua y habla
Española tana
criolla china
Mi patria
Engrandece la mirada
Cobijo
Entraña
Va dejando paso
Todos llegan a su río
Manso olor
Sufrido
Tan grande patria
Tan pago chico.
(c) Alicia Villoldo-Botana
del Cuaderno Mi Patria/Mi Mundo (inédito)


ISTANBUL

Rodeada de cuatro mares
las mezquitas silenciosas
llaman a la oración
con el monocorde canto del muecín.
Hace frío y las olas
salpican el cemento de los muelles.
Cruzando el Bósforo
atravesado el Mármara
a lo lejos una puede
imaginar el mar Negro
subida al pico de una montaña.
Desde las dos riberas
las mansiones de los ricos
saludan solitarias
con sus jardines adormecidos.
Invierno en Istanbul
mañanas de luminosidad grisácea
tardes en que la noche acecha
siempre esperando solícito
y acogedor
el tranway que me lleva al hotel.
 
del poemario inédito "Ciudades"

Homenaje dos

Tus días, Jose
Antaño fueron mar cielo
Albergue de amoríos y amores
Lecho de sueños utopías
Que no alcanzaron su cenit
Por un horizonte ensangrentado
Por el fuego asesino. Brutal.
Pero estás Aquí
Hoy ayer siempre
Como oleaje libero
Que despide espuma viva
En la playa esa
Que no abandonamos
Que cuidamos
Para que acudir
Puedas
Volverás con tu sonrisa buena
Te abrazaremos al salir de la ola
Padre Hijo Hermano Amigo

A José Couso Permuy en el segundo aniversario de su asesinato por un soldado del imperialismo en Iraq, mientras hacía su trabajo de cámara de televisión.
(Del libro de poemas inédito  REGRESO DEFINITIVO SÓLO ES MORIR, de Alicia Villoldo-Botana, registrado en C.A.B.A. el 9-VI-2005, correspondiente al apartado LOS DOLORES)

Del apartado  REGRESO...

La amiga no sabe
De los misteriosos
Amoríos nocturnos
Sabe sí de gestos
Nacidos
De monedas falsas
Falta una estrella
En su frente
El amor
................

La miseria
Los enloqueció
Ahora hablan
solos contra las murallas indiferentes
...............

Anoche miré mi pasado
Afiancé la idea que
Los cielos construcciones humanas son
Banalidades para confortarse
Sólo los ciegos
Se impone una disculpa
............

El poema nace
Nadie sabe
Si crecerá
Del laborar
Diario
.........................

Ecología
el sol está
esperando que echemos mano
de sus rayos no saqueados
su luz es de los niños y los viejos.
.......................

La pereza
Aparece
Cuando
La tarea termina
Eso parece
Nada concluye
Pereceré por fortuna
Finiquitarán las mentiras: eso es el descanso
De La Muerte
............

Era irrenunciable volver.
Se hacía imprescindible
La creída tierra propia
Las mismas decepciones
En la vieja ciudad de siempre
...........

Estar en tu ciudad
Tiene aroma de barrio
Los baches son más huecos
El habla tampoco pertenece
Mis/tus defectos virtudes fatigan
.........

A los objetos
No les gusta que los muden de lugar
Los objetos se aquerencian
Con el polvo del rinconcito
Acumulado en su destino
Los objetos poseen sentimientos
Se entristecen si apenados están
Mustios quedan como plantas sin regar
Resucitan brillo y tacto
Como si el verano estuviera vecino
Cuando su dueña exultante serena está
Entretenida en las simplezas de
La vida
Ella ha perdido regalado sus objetos
Morirá sin lugar

Estos poemas están registrados en "custodia de obra inédita", en la Dirección Nacional del Derecho de Autor ( Buenos Aires Argentina, 9 de junio 2005- Expediente 405151 -género "Literario".)


ALICIA DE LOS RÍOS

Sentada en la terraza de su camarote, Alicia mira el Nilo.
El enorme barco avanza moroso sobre las aguas marrones y ella resplandece como el sol, encarnadura de aquel dios Ra que se desplazaba por el firmamento flotando en una embarcación.
Para los antiguos egipcios toda su existencia giraba en torno al agua y entre los estrechos márgenes de palmeras y plantas acuáticas.
Observa a campesinos y vendedores, montados de espaldas en los asnos; a los nubios majestuosos, erguidos en las dunas donde el sol se pone ante la curiosidad del turista. Ha subido hasta la más erguida y puntiaguda para acercarse al ocaso.
Descalza ha bajado de la faluca que la acerca a la orilla, hundiendo sus pies en la arena, sin percatarse de la bosta de los camellos. Ha galopado sobre uno de ellos, libre y temerosa.
La excursión incluye una visita a un pueblo nubio en cuyos patios, adornados con pinturas rupestres, las mujeres bordan filigranas de gena en las manos de las turistas. Convidan con té verde y reciben las propinas de los viajeros que penetran en sus hogares para fotografiar el pintoresquismo en que habitan.
En el barco hay pocos pasajeros. Entabla relación con dos matrimonios, uno madrileño y otro catalán, y con ellos se pierde por templos, hipogeos, tumbas y mercadillos bajo la luz de un desierto ajeno a su cultura y por el que siente fascinación desde que lo conociera entre los confines de Túnez y Libia.
El Nilo sigue su curso.
En las excursiones, mientras los nativos golpean sus tambores, ella se sienta entre ellos o danza sin ningún pudor.
El capitán anuncia que habrá fiesta de disfraces.
Baja a pertrecharse de vestidos durante la visita al templo de Amón, en Karnak, en la región de Tebas del Alto Egipto. Se disfraza de odalisca. Es la primera vez que se inventa un disfraz y está feliz como una niña.
Baila hasta el amanecer. A punto está de mantener una aventura con uno de los guías, pero se abstiene porque él no quiere usar preservativo. El frustrado amante pasa por la cubierta exterior y golpea la ventana tres veces, pero no le abre.
A la medianoche o minutos antes del amanecer sube a la cubierta, envuelta en un chal sobre su chilaba blanca, y contempla el río sagrado que, según el mito, cruza el reino de los muertos. Un reinado al que éstos llegaban, después de atravesar un camino plagado de peligros, para ser juzgados por Osiris, el monarca bondadoso que sustrajo a su pueblo del canibalismo, le enseñó las técnicas de la agricultura y el riego y le dio leyes para regirse en paz.
-Si me permitieran escoger especie en la que volver a nacer, sería un ave diminuta y veloz; surcaría mares, atravesaría continentes, conocería cielos y descansaría sobre las nubes para contemplar el mundo. Me transmites anhelos de divinidad, de trascendencia mitológica - le confiesa al río.
Tiene larga experiencia en hablar sola, en dirigirse a las fuerzas naturales estableciendo imaginativos y fértiles diálogos. La inmutabilidad de los elementos jamás la ha amedrentado.
El guía les cuenta leyendas mitológicas.
-Osiris era odiado por Seth, su hermano menor, quien le preparó una trampa mortal invitándolo a un banquete, en el cual presentaría un magnífico sarcófago para regalar al invitado cuya estatura coincidiera con sus dimensiones. Todos lo fueron probando, pero el ataúd estaba hecho a la medida de Osiris de modo que cuando le tocó su turno Seth cerró la tapa y lo arrojó al Nilo. Isis, esposa de Osiris, decidió buscar su cadáver para darle sepultura. Enterado Seth, despedazó el cuerpo de su hermano en catorce pedazos que volvió a arrojar a las aguas. Isis logró recuperar los restos mortales menos uno: su falo, devorado por lepidotos, pagros y oxirrincos, los peces que a partir de entonces se convertirían en seres malditos que ningún egipcio podría tocar ni comer. Isis reconstruyó el cuerpo, lo embalsamó y transformada en un milano, lo sobrevoló,  dándole la  virilidad necesaria para concebir a Horus. Ya mayor, Horus se enfrentó a Seth para vengar a su padre y recuperar el trono. Y así es como Osiris fue considerado dios de los muertos.
Al atardecer, Alicia observa las aguas oscuras en busca de su propio ka, el doble que sobrevive a la muerte.
En la multitud de templos visitados  permanece absorta frente a las pinturas en relieve de los dioses egipcios, con un cuerpo físico que se nutría de alimentos, envejecía, moría, estaba tocado por sentimientos, respondía a un nombre y podía convertirse en elementos de la naturaleza o animales. Dioses cuyas lágrimas daban a luz a seres y minerales, y resucitaban muertos.
Los diferentes guías repetían sus biografías de memoria.
-Toht era el Señor de la escritura, de la lengua y de los textos conservados en los templos; el dios inventor de la escritura jeroglífica y escriba de los dioses, el “maestro de las palabras divinas”, vigilante del proceso lunar y el conteo del tiempo. Atum era el creador del universo, el rey de todos los dioses. Ya existía cuando no había aún mundo. El primer dios creado por Atum fue Ra, el dios Sol, que cada tanto descendía del cielo y se unía a una mujer mortal para dar vida a los sucesivos reyes de Egipto. Isis era la dama del amor, diosa de la fecundidad y la feminidad. Apofis era una  serpiente de más de dieciséis metros, sin ojos ni oídos, indestructible y poderosa, no podía ser aniquilada porque el ciclo solar se detendría y el mundo perecería.
Como en toda mitología, también entre los antiguos egipcios era necesario que el concepto del mal existiera para que el bien fuera posible: todas las serpientes, menos la cobra, que era solar, representaban lo ominoso. Los teólogos egipcios creían que cuando el cielo se teñía de rojo, significaba que Apofis había sido herida y manchaba el cielo con su sangre, lo que no era un buen augurio.
Alicia se acordó de los ensangrentados cielos madrileños pintados por Goya, que anticipaban el advenimiento de una mañana soleada.
La epopeya que más la enterneció fue la del niño sobre el loto, forma humana con que la voluntad del dios Sol creó el mundo.
-Del abismo líquido surgió una isla llamada Del Incendio con un estanque lleno de las aguas del Caos en cuya superficie flotaba un loto divino. Su flor fue fecundada por cuatro de los ocho miembros de la Ogdóada -parejas formadas por machos con cuerpo de hombre y cabeza de rana y hembras con cuerpo femenino y cabeza de serpiente- que cerraron sus pétalos durante la noche. Al alborear y abrirse los pétalos azules, surgió un niño que iluminó el mundo, creando las cosas y los seres.
-Un mundo creado por un niño sería más compasivo que cualquier invento divino -le comenta al relator.
Durante los días que permaneció en ese barco, bajando y subiendo en antiguas ciudades imperiales, ahora pueblos misérrimos, donde destacaban esas moles apabullantes de los templos, estuvo embebida en cuentos míticos, repetidos por los guías con la minuciosidad de una enciclopedia.
Del aeropuerto los habían llevado en un autobús a la región de Luxor para coger el mega barco una vez finalizada la visita al templo de Amón, en la región de Tebas. Al descender, una multitud de vendedores ofrecían papiros hechos con fibra de plátano, falsos pero con pinturas bellas.  Compró un montón para regalar.
Caminó por la famosa Avenida de las Esfinges con cabeza de carnero y se sintió atarantada. Para protegerse del aluvión de turistas se perdió por los pilones de las ruinas sagradas. Los bajorrelieves representaban la historia del templo, de reyes y reinas, de sacerdotes, escribas y esclavos que oraron en él; leyendas y costumbres de las distintas dinastías.
Mareada por el calor y la emoción, Alicia deseó la paz del camarote mientras la luz se apagaba y el almuédano llamaba a la oración desde una mezquita vecina. Después de una ruidosa y desordenada distribución de los pasajeros llegó a su suite en la primera planta del barco. Sobre la cama, las toallas habían sido enrolladas simulando la figura de un cisne y el albornoz blanco descansaba sobre el sofá con unas gafas negras colocadas en la capucha.
Estaba fascinada por las telas de algodón y sus estampados. En cada parada del barco compraba chilabas, bombachos y camisas con jeroglíficos bordados, manteles de colores fulgurantes con los dioses egipcios o los faraones y sus numerosas familias.
Le era imposible almacenar toda la información que recibía a diario; se concentró en la observación de ese mundo tan ajeno a ella. Estaba obstinada en fijar las representaciones que captaban sus ambiciosas pupilas. Ya no sabía si andaba por el Bajo o el Alto Egipto, pero no le importaba. No era egiptóloga, estaba allí para disfrutar y no le interesaba memorizar nombres, ni siquiera entender la orientación del cauce del río y las vueltas del barco. Se dejaba transportar, encandilándose desde la terracita de su camarote con los juncos hundidos en la orilla de las venerables aguas.
Ríos y mares la sustraían a un mundo subterráneo fresco y silencioso.  
En medio de ese color y calor recordó cuánto se había emocionado frente a las congeladas aguas de Mar del Norte, en su breve visita a Rotterdam.
Siempre salpicada su memoria del Río de la Plata. Su río sucio -el mar dulce- estaba presente como un tatuaje en el territorio de su cuerpo.
En España la entusiasmaban los hilillos de agua de las cascadas que bajan por las laderas de sus montañas.
Mientras navegaba por el Nilo pensaba en su retorno a Argentina después de muchos años de auto exilio y les contaba a ambos matrimonios sus proyectos y la feliz perspectiva de retozar bajo los árboles frondosos de Buenos Aires: a esas fugaces relaciones se pueden contar los más íntimos anhelos, guardados secretos en la penumbra o en el  júbilo del propio corazón, pero que no se comparten con aquellos que son de nuestra confianza.
-Exagerados dones de la naturaleza que nunca pudiste olvidar -se dice- recreándose en el recuerdo de su ciudad primigenia.
Estaba atolondrada con la belleza de Egipto. Ese insuficiente viaje de dos semanas  era su despedida hacia América.
-De un tercer mundo a otro -pensó.
Aunque inquieta por su decisión no imaginaba lo que le aguardaba. No contaba con el desgaste de relaciones y lugares, preservados por la nostalgia de los buenos tiempos.
-La memoria es también una alcantarilla de podredumbres que no se pueden expulsar. El olvido debería ser también una pasión…
El timbre para la cena interrumpió sus pensamientos.
II

Cuando llegaron a El Cairo, el contraste fue brutal. De la pereza del barco y de la serenidad de las aguas pasó al caos urbano. Una desordenada multitud en continuo movimiento: fumando, paseando, regateando. Confundidos en una circulación caótica, los coches se saltaban los semáforos y los accidentes sin consecuencias se sucedían sin solución de continuidad. El ruido se apaciguaba después de la medianoche. Esos escasos días que permaneció en la capital, los pasó en el Museo Arqueológico. No tenía un especial interés en ver momias; le atraían los bustos en oro macizo de reyes y reinas, la cabeza de Nefertiti, el sarcófago de Tut-Ankh-Amón, y los escribas, sin quienes poco inteligible hubiera perdurado de esa civilización. Más que un museo parecían los recintos laberínticos de un gran bazar.
Quedó embrujada por la amabilidad de su gente, por los hombres que la piropeaban en el dédalo mercado de Kahilili, por las infusiones y el café a la turca que le servían los respetuosos camareros del salón de té donde se refugiaba a descansar del barullo, con la ilusión de encontrar al novelista Naghib Mafuz, herido por fundamentalistas musulmanes.
La policía era una presencia abrumadora en las calles. Una mañana, el primer ministro Mubarak sale de su mansión en Heliópolis hacia el Parlamento. Kilómetros de guardias vigilan y protegen el paso del cortejo. Parece un emperador metido en una enorme voiture de cristales oscuros. Impresiona.
Las cúpulas de la gran mezquita destacan a pesar de estar tapizadas de aluminio, en reemplazo de la plata que, según le cuentan, Anuar El Sadat utilizó para la Guerra de los Seis Días contra Israel. Permanece largos ratos en la intimidad de su silencioso recinto. Contempla la ciudad y el río desde sus terrazas.
A poco de entrar en El Cairo, un predio inmenso la sorprende. Es el cementerio donde se ha construido la llamada Ciudad de los muertos en la que miles de pobres viven sobre las tumbas y dentro de las bóvedas. El guía no quiere dar detalles. Es una inconmensurable villa de miseria, con electricidad y agua potable, por la que Alicia no se aventura a pasear sola.
La Esfinge, con su cabeza humana en un cuerpo de león, y las pirámides de Keops, Kefrén y Micerinos la sobrecogieron, no sólo por su imponente y precisa construcción sino también por su cercanía a la ciudad, al final de la Pyramid Street. Arrobada, se sentó en la arena a contemplarlas y leyó que el antropólogo Robert Bauval aventuraba que la disposición de las tres coincidía con las estrellas que forman el Cinturón de Orión, la constelación que en la mitología equivalía a Osiris, metaforizándose con ellas la puerta que el alma del faraón habría de atravesar para llegar al más allá. Se sentía afortunada. No entró en Kheops; la intuición de sudores y sofocos humanos en un recinto cerrado y estrecho la hizo desistir. El sol mareaba pero no impedía que sus ojos capturaran toda la belleza posible. Pensaba en la perfección del trabajo de los esclavos judíos cargando esos millones de bloques de piedra, al menos de dos toneladas cada uno.
Era uno de los mejores viajes de su vida. Abandonaría el país con hambre de más paseos y el convencimiento de que apenas lo había rozado, pero la esperaba otro río mayor, el de su infancia, que observaba, cuando era una niña, sentada junto a su madre en las escalinatas de la Costanera Sur porteña en húmedos y anochecidos ratos de luna llena, mientras disfrutaban rojas tajadas de sandías dulces y ella, soñaba con el río Nilo.
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Nota del Editor
Este relato se salvó de las ruinas del Hotel Ramsés Hilton, una vez apagadas las llamas que lo destruyeron de forma accidental. Es casi un milagro que se hayan salvado sólo estas páginas. En la lista de fallecidos y sobrevivientes no figuraba ninguna turista que respondiera al nombre Alicia. En homenaje suyo, hemos decidido publicarlo en nuestra Antología de Anónimos con el título de "Alicia de los ríos".

ALICIA  DEI  FIUMI
Seduta sulla terrazza della sua cabina, Alicia guarda il Nilo.
L’enorme battello avanza con pigrizia sulle acque marroni e lei risplende come il sole, incarnazione di quel dio Ra che navigava per  l’universo ondeggiando su di una imbarcazione.
Per gli antichi egizi tutta la loro esistenza ruotava attorno all’acqua e tra gli stretti confini delle palme e delle piante acquatiche.
Osserva contadini e venditori, montati sulle groppe degli asini e i nubiani maestosi, ritti sulle dune donde il sole si mostra per la curiosità del turista. E’ salita fino alla punta più alta per avvicinarsi al tramonto.
Scalza è scesa dalla feluca che la porta alla spiaggia, immergendo i suoi piedi nella sabbia, senza badare allo sterco dei cammelli. Ha galoppato su uno di quelli, libera e timorosa.
L’escursione include la visita ad una popolazione nubiana nei cui cortili, adornati con pitture rupestri, le donne ripongono filigrane di gena nelle mani dei turisti.
Invitano a bere the verde e ricevono la mancia dei viaggiatori che penetrano nelle loro case per fotografare il pittoresco in cui abitano.
Ci sono pochi passeggeri sul battello. Intavola discorsi con due coppie di sposi, una madrilena e l’altra catalana, e con loro si perde nei templi, ipogei, tombe e mercatini sotto la luce di un deserto lontano dalla sua cultura e per l’affascinazione che sente finché lo conoscerà tra i confini di Tunes e Libia.
Il Nilo segue il suo corso.
Nelle escursioni, mentre i nativi fanno rullare i tamburi, lei siede tra loro o danza senza nessun pudore.
Il capitano annuncia che ci sarà festa in maschera.
Scende a fornirsi di vesti durante la visita al tempio di Amon, a Karnak, nella regione di Tebe nell’alto Egitto. Si maschera di odalisca. E’ la prima volta che si inventa una maschera ed è felice come una bimba.
Balla fino all’alba. Sta quasi per avere un’avventura con una delle guide, ma si ferma perché lui non vuole usare il preservativo.  L’amante frustrato passa dalla coperta sull’esterno e picchia tre volte alla finestra, ma non gli apre.
A mezzanotte o qualche minuto prima dell’alba sale in coperta, avvolta in uno scialle sopra la galabia bianca, e contempla il sacro fiume che, secondo la mitologia, incrocia il regno dei morti. Un regno dove questi andavano, dopo aver percorso un cammino zeppo di pericoli per essere giudicati da Osiride, il monarca affabile che sottrasse il suo popolo dal cannibalismo, gli insegnò le tecniche dell’agricoltura e dell’irrigazione e gli diede leggi per condursi in pace.
- Se mi permettessero di scegliere la specie in cui nascere, sarei un piccolo e veloce uccello; sorvolerei mari, attraverserei continenti, conoscerei cieli e riposerei sopra le nubi per contemplare il mondo. Mi trasmetti aneliti di divinità, di trascendenza mitologica, confessa al fiume.
Ha grande esperienza nel parlar da sola, nel rivolgersi alle forze della natura stabilendo fantasiosi e fertili dialoghi. L’immutabilità degli elementi non l’ha mai impaurita.
La guida le racconta di leggende mitologiche.
Osiride era odiato da Seth, suo fratello minore, che gli preparò una trappola mortale invitandolo a un banchetto, durante il quale avrebbe presentato un magnifico sarcofago da regalare all’invitato la cui statura avrebbe coinciso con le sue dimensioni. Lo provarono tutti. Ma il feretro era fatto su misura di Osiride così  che quando toccò il suo turno Seth serrò il coperchio e lo scagliò nel Nilo. Iside, sposa di Osiride, decise di prendere il suo cadavere per dargli sepoltura. Informato, Seth tagliò il corpo di suo fratello in quattordici pezzi che tornò a gettare nelle acque. Iside riuscì a recuperare i resti mortali meno uno: il suo fallo, divorato da lepidotteri, pagri e ossirinchi, i pesci che a partire da allora si sarebbero convertiti in esseri maledetti che nessun egiziano avrebbe potuto toccare né mangiare.  Iside ricostruì il corpo, lo imbalsamò e trasformatasi in falco lo sorvolò dandogli la virilità necessaria per concepire Horus. Maggiorenne, Horus affrontò Seth per vendicare suo padre e recuperare il trono. Ecco perché Osiride fu considerato il dio dei morti.
All’imbrunire Alicia osserva le acque oscure alla ricerca del suo Ka, il doppio che sopravvive alla morte.
Nella moltitudine dei templi visitati rimane assorta davanti ai dipinti in rilievo degli dei egizi, che possedevano un corpo fisico che si nutriva di alimenti, invecchiava, moriva, era toccato dai sentimenti,  rispondeva a un nome  e poteva  convertirsi in elementi naturali o animali. Dei le cui lacrime davano luce ad esseri e minerali, e resuscitavano i morti.
Le diverse guide ripetevano a memoria la loro biografia.
- Toth era il Signore della scrittura, del linguaggio e dei testi conservati nei templi;  il dio inventore della scrittura geroglifica, e scriba degli dei, il “maestro delle parole divine”, vegliava sul processo lunare e la conta del tempo. Atum era il creatore dell’universo, il re di tutti gli dei. Esisteva già quando non c’era nessun al mondo. Il primo dio creato da Atum fu Ra, il dio Sole, che ogni tanto discendeva dal cielo e si univa ad una donna mortale per dar vita alla stirpe dei re egiziani.
Iside era la dama dell’amore, dea della fecondità e della femminilità. Apofis era un serpente di più di sedici metri, senza occhi né orecchie, indistruttibile e poderoso, non poteva essere ucciso perché il ciclo solare si sarebbe fermato e il mondo distrutto.
Come in ogni mitologia, anche tra gli antichi egizi era necessario che il concetto del male esistesse perché il bene fosse possibile: tutti i serpenti, meno il cobra che era solare, rappresentavano l’ignominioso. I teologi egiziani credevano che quando il cielo si tingeva di rosso significava che Apofis era stato ferito e macchiava il cielo col suo sangue, e non era di buon auspicio.
Alicia si ricordò dei sanguinanti cieli madrileni dipinti da Goya che anticipavano l’avvento di un giorno soleggiato.
L’epopea che più la intenerì fu quella del bimbo sul loto, forma umana con la quale il volere del dio Sole creò il mondo.
- Dall’abisso liquido sorse un’isola chiamata Dell’Incendio con un serbatoio pieno delle acque del Caos sulla cui superficie fluttuava un loto divino. Il suo fiore fu fecondato da quattro degli otto membri della Ogdoada – coppia formata da maschi con corpo da uomo e testa di rana e femmine con corpo da donne e testa di serpente – che chiusero i suoi petali durante la notte. All’alba quando  si aprirono i petali azzurri sorse un bimbo che illuminò il mondo, creando le cose e gli esseri.
- Un mondo creato da un bimbo sarebbe più sensibile di qualsiasi invenzione divina – le commenta il relatore.
Durante i giorni in cui rimase su quell’imbarcazione, scendendo e salendo per le antiche città imperiali, ora paesi miserrimi, donde spiccavano quelle moli dei templi che ti schiacciavano, rimaneva imbevuta di racconti mitici, ripetuti dalle guide con la minuziosità di un’enciclopedia.
Dall’aeroporto  li avevano portati in autobus nella regione di Luxor, per prendere la mega imbarcazione una volta terminata la visita al tempio di Amon, nella regione di Tebe. Discendendo, una miriade di venditori  offrivano papiri fatti con fibre di banano,  falsi ma con bei dipinti. Ne comprò tantissimi da regalare.
Camminò per la famosa Via delle Sfingi dalla testa di montone e si sedette stordita. Per proteggersi dall’alluvione dei turisti si perse tra le colonne delle rovine sacre. I bassorilievi rappresentavano la storia dei templi, di re e regine, di sacerdoti, scribi e schiavi che in essi pregavano; leggende e costumi delle distinte dinastie.
Infastidita dal calore e dall’emozione, Alicia desiderò la pace della sua cabina mentre la luce si smorzava e il muezzin chiamava alla preghiera da una moschea lì vicino. Dopo una rumorosa e disordinata distribuzione dei passeggeri, arrivò alla sua suite al primo piano del battello. Sul letto le lenzuola erano state arrotolate simulando la figura di un cigno e l’accappatoio bianco riposava sul sofà con dei ganci neri posati sul cappuccio.
Era affascinata dalla tela di cotone e da ciò che vi era impresso. Ad ogni fermata del battello comprava galabie, pantaloni larghi e camicie con ai bordi dei geroglifici, mantelline di colore folgorante con gli dei egizi o i faraoni e le loro numerose famiglie.
Le era impossibile immagazzinare tutte le informazioni che riceveva in giornata; si concentrò nell’osservare quel mondo tanto lontano da lei. Voleva assolutamente fissare le immagini che le sue ambiziose pupille catturavano. Ormai non sapeva se andava per il Basso o l’Alto Egitto, ma non le importava. Non era egittologa, era lì per godere e non le interessava memorizzare nomi, né tanto meno capire l’orientamento dell’alveo del fiume e i giri del battello. Si lasciava trasportare, abbagliata sulla piccola terrazza della sua cabina dalle giunche  ondeggianti sulla spiaggia delle venerabili acque.
Fiumi e mari la portavano verso un mondo sotterraneo fresco e silenzioso.
In mezzo a quel colore e calore ricordò quanto si era emozionata davanti alle gelide acque del mare del nord, nella sua breve visita a Rotterdam.
Sempre immersa la sua memoria nel Rio de la Plata.  Il suo fiume sporco – il mare dolce – era presente come un tatuaggio nel territorio del suo corpo. In Spagna la entusiasmavano gli zampilli d’acqua delle cascate che scendono dalle falde delle sue montagne.
Mentre navigava sul Nilo pensava al suo ritorno in Argentina dopo molti anni di auto esilio e raccontava a entrambe le coppie  i suoi progetti e la felice prospettiva di giocare sotto gli alberi frondosi di Buenos Aires: a quelle fugaci relazioni si possono raccontare i più intimi aneliti, segreti raccolti nella penombra o nel giubilo del proprio cuore, ma che non si condividono con coloro con cui siamo in confidenza.
- Esagerati doni di natura che non hai mai potuto dimenticare – si dice – ricreandosi nel ricordo della sua città natale.
Era stordita dalla bellezza dell’Egitto. Quell’insufficiente viaggio di  due settimane era il suo commiato verso l’America.
- Da un terzo mondo all’altro – pensò.
Benché inquieta per la sua decisione non immaginava quello che la riguardava. Non contava l’usura delle relazioni e dei posti, preservati dalla nostalgia dei bei tempi.
- La memoria è anche una piccola anfora di putredine che non si può espellere. L’oblio dovrebbe essere anche passione…
La campana della cena interruppe i suoi pensieri.
 
II
 
Quando ritornarono al Cairo, il contrasto fu brutale. Dalla pigrizia del battello e dalla serenità delle acque passò al Caos urbano. Una disordinata moltitudine in continuo movimento: fumare, passeggiare, mercanteggiare. Confuse in una circolazione caotica le auto non rispettavano i semafori e gli incidenti senza conseguenze proseguivano senza soluzione di continuità. Il rumore si acquietava dopo mezzanotte. Quei rimanenti giorni che dimorò nella capitale, li trascorse nel Museo Archeologico. Non aveva particolari interessi nel vedere le mummie; la attiravano i busti in oro massiccio dei re e delle regine, la testa di Nefertiti, il sarcofago di Tut-Ankh-Amón, e gli scriba, senza i quali sarebbe rimasta poco intellegibile quella civiltà. Più che un museo apparivano recinti labirintici di un gran bazar.
Rimase ammaliata dall’affabilità della sua gente, dagli uomini che le sussurravano parole gentili nel dedalo del mercato di Kahilili, per gli infusi e  il caffè alla turca che le servivano i rispettosi camerieri del salone del the dove si rifugiava per riposarsi dal chiasso, con l’illusione di incontrare il romanziere Naghib Mafuz, ferito dai fondamentalisti mussulmani.
La polizia era una presenza pesante nelle strade. Un giorno il primo ministro Mubarak esce dalla sua dimora di Heliopolis verso il Parlamento. Kilometri di guardie vigilano e proteggono il passaggio del corteo. Sembra un imperatore messo in un’enorme  vettura di cristalli scuri. Impressiona.
Le cupole della gran moschea risaltano grazie all’alluminio che le incorona, al posto dell’argento che, secondo quello che si dice,  Anuar El Sadat utilizzò per la guerra dei sei giorni, contro Israele.  Rimane a lungo nell’intimità del suo silenzioso recinto. Contempla la città e il fiume dalla sua terrazza.
All’inizio del Cairo una costruzione la sorprende. E’ il cimitero dal quale hanno innalzato quella che chiamano Città dei morti dove migliaia di poveri vivono sopra le tombe e dentro le cripte. La guida non vuole dare spiegazioni. E’ una incommensurabile città di miseria, con elettricità e acqua potabile, dove Alicia non si avventura a passeggiare da sola.
La Sfinge con la sua testa umana e il corpo di leone e le piramidi di Cheope Kefren e Micerino, la colsero di sorpresa non solo per la loro imponente e precisa costruzione ma anche per la loro vicinanza alla città, alla fine del viale delle Piramidi. Estasiata si sedette sulla sabbia per contemplarle e lesse che l’antropologo Robert Bauval sosteneva che la disposizione delle tre coincidesse   con le stelle che formano la cintura di Orione, la costellazione che nella mitologia equivaleva ad Osiride, erano la metafora della porta che l’anima del faraone doveva oltrepassare per raggiungere l’aldilà. Si sentiva fortunata. Non entrò in Cheope, la intuizione dei sudori e degli umori umani in un recinto stretto e chiuso la fece desistere. Il sole la infastidiva ma non impediva che i suoi occhi catturassero tutta la bellezza possibile. Pensava alla perfezione del lavoro degli schiavi giudei che avevano caricato quei milioni di blocchi di pietra, almeno  due tonnellate ciascuno.
Era uno dei migliori viaggi della sua vita. Avrebbe abbandonato il paese con fame di più escursioni e il convincimento  che l’aveva appena scalfito, ma l’aspettava un altro grande fiume, quello della sua infanzia, che osservava, quando era bambina, seduta presso sua madre   sulle scalinate della Costanera Sur porteña in umidi momenti all’imbrunire con la luna piena, mentre si godevano rosse fette di cocomero dolce e lei sognava col fiume Nilo.
 
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Nota dell’Editore
Questa relazione si salvò dalle rovine dell’ Hotel Ramsés Hilton, una volta spente le fiamme che lo distrussero in modo accidentale. E’ quasi un miracolo che si siano salvate solo queste pagine. Nella lista dei morti e dei sopravissuti non risultava nessuna turista che rispondeva al nome di Alicia. In suo omaggio abbiamo deciso di pubblicarlo sulla nostra Antologia di anonimi con il titolo “Alicia dei fiumi”.
 
Traduzione: Enea Biumi
MURMULLO DE ÁRBOLES

Dijo Heráclito que "el mundo es y será un eterno fuego vivo, que se enciende según medida y se extingue según medida".
- Así debió ser en la antigua Grecia de donde, dicen, provienen los valores fundamentales de nuestra civilización occidental que ya no parecen respetar los especuladores inmobiliarios -predicó el acebo, aseverando sus palabras con el movimiento acompasado de sus pinchos con frutos rojos.
- ¿Lo dices tú porque tienes madera pesada que no flota en el agua, que se usa en la ebanistería y protege a los humanos de brujas y encantamientos? -preguntó el pinsapo.
- Lo digo, abeto andaluz que creces en los burladeros de la Plaza de Ronda, tú que te conservas bien gracias al poco interés que han despertado tus aprovechamientos, por las noticias que me llegan de los últimos incendios de verano.
- ¿Por qué me hablas con tanta soberbia? - se lamentó el pinsapo - yo no tengo la culpa de que el hombre me haya puesto mote tan tonto.
- A ver, queridos amigos, si hay alguien aquí que pueda sentirse de mayor rango soy yo, con cuya madera fue hecha el Arca de Noé y los barcos de la Armada Invencible española, olé - exclamó, con tono alzado y sabiondo el roble, conocido entre los suyos como petracus, "el que crece entre rocas".
- Oh, oh, ya sabemos que eres el árbol sagrado en los juicios y juramentos, pero eso no te salvará del fuego inclemente -le replicó Al-Mais o El Almez- y no te olvides que yo soy el árbol de tronco elástico y duro, que resisto la sequía gracias a mis profundas raíces y que los hombres necesitan de mis frutos verdes cocidos para protegerse de la disentería.
- Mira, mira, soberbio, ya sabemos que tus frutos, parecidos a guisantes, son comestibles y que tu madera se usa en jardinería y en la fijación de laderas inestables, pero -se apresuró en formular el laurel- no debes olvidar jamás que yo soy el símbolo del triunfo y el amor.
- ¡Ya habló el engreído latino bacca lauri, lo que hay que aguantar! -protestó coquetamente la sabina.
- Muchacha, me parece oportuno que recuerdes la etimología de mi nombre, traducido para la posteridad como "bachillerato" dado que a los estudiantes que concluían sus estudios se les coronaba con mis hojas. Además, bien que os gusto para avivar el sabor de los guisos y salsas -le contestó dejando caer graciosamente algunas hojitas frescas y olorosas.
-Que te enteres -nosotros, los sabineros, que somos machos aunque tengamos un bellísimo nombre de mujer, conformamos bosques claros que resisten los más crudos inviernos. Te permito que me huelas, verás que soy tan aromático como tú. Y, además, por si no lo sabes, soy una reliquia de la era terciaria con mucho peligro de extinguirme por la difícil y retardada germinación de mi semilla, mi lentísimo crecimiento pues no me gusta envejecer y, y...
- Vale, vale, sabino, ya estamos en autos de que has sido victima de talas y pastoreos abusivos.
- Por lo menos, cuando me queman, ahuyento a los insectos.
- Ay, ay, qué tontos sois -dijo el longevo castaño- si vivierais mil años como yo, no os preocuparíais de establecer jerarquías entre nosotros. Todos venimos de la misma madre. ¿Verdad?
- ¡Qué razón llevas, hermano! -apuntó el abeto.
- Gracias por tu apoyo -le respondió el castaño- no podía ser de otra manera viniendo de ti, tan estético y protector que con tu piel los luthiers fabrican sus violines, además de guitarras y pianos.
- Qué lástima, amigo abeto, tu resina, paliativa de heridas y llagas, no me puede curar la grafiosis que produce embolia en mis vasos conductores de savia. Si mi enfermedad me extingue, no se podrán hacer más barcos seguros ni bonitas casas -se quejó triste el olmo.
- Oh, vecino olmo, quizá te sirva una infusión de mis frutos. Ya sabes que antiguamente se creía que devolvía la juventud y en Grecia, éstos eran quemados para combatir las pestes y ahuyentar demonios -se ofreció el enebro.
-También yo te ofrezco mi savia antirreumática y diurética y, además, mis hojas tiernas resultan muy ricas en las ensaladas -anunció el fresno.
-¡Humm!...No te olvides de contar que te usaban para fabricar horcas -le espetó el pino negro.
-¡Cotilla!; parece mentira que tengas valor como especie protectora del suelo porque tus raíces sujetan el suelo de las laderas, evitando derrumbamientos en las poblaciones rurales -defendió al fresno una bella encina con una copa de veinte metros de diámetro.
-Muy amable, divina encina, cuyas bellotas dulces alimenta al afamado cerdo ibérico -la piropeó el abedul.
-¡Y tanto! Regalo frutos desde mis precoces veinte años hasta los doscientos o trescientos que alcanzo en mi madurez -dijo casquivana la encina.
-Lamento interrumpir vuestro romance lisonjero, pero mis semillas, que como sabéis son los seres vivos alados más ligeros del mundo, vislumbran humos lejanos -advirtió el abedul con susto.
-Siendo tan amante de la luz, estarás contento de ver fuegos -arriesgó el serbal.
-Pero cómo puedes ser tan zafio -le replicaron varios al unísono-, bien se nota que sirves de cebo para cazar pájaros.
-¡Dioses!, no llegaré al otoño para desmocharme en leña y alimento del ganado -se lamentó el fresno.
-¿Qué haremos si no podemos huir? -gritó el abeto.
¡Nos devorarán las llamas!...¡Tengo sólo setecientos años, soy joven para morir! -gimió el castaño.
-Siempre pensé que mi tronco duro me sostendría hasta que me saborearan las aves a quienes alimento -se lamentó el almez.
El viento interrumpió su diálogo, mareándolos con las cenizas que traía, agrisando el oxígeno.
El fuego se abrió paso implacable, destructor.
El bosque tembló entero y todas las especies unieron sus ramas en un generoso intento de protegerse. Parecían sombras encendidas confesándose secretos.
Cuando el suelo quedó yermo un hombre recogió unos frutos dispersos del enebro y las guardó con dolor y nostalgia.
-Haré ginebra con ellas -dijo apretándolas con cariño, cobijándolas como un arqueólogo cuando descubre una reliquia antigua.-

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